LA ANUNCIACION DEL SEÑOR
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Mientras rezaba en mi cuartito, un Ángel, enviado desde el Cielo como mensajero del Gran Rey, se apareció frente a Mí e inclinándose me saludó: “Dios te salve, oh María, Reina nuestra, el Fiat Divino te ha llenado de gracia. Él ya pronunció el Fiat de que quiere descender, ya está a mis espaldas..., pero quiere tu Fiat para formar el cumplimiento de su Fiat”.
Ante este anuncio tan grande y tan deseado por Mí, pero como nunca había pensado que Yo fuera la Elegida, quedé asombrada y me turbé por un instante, pero el Ángel del Señor agregó: “No temas, ¡Reina nuestra!, porque has hallado gracia delante de Dios, Tú has vencido a tu Creador, por eso, para cumplimiento de la victoria, pronuncia tu Fiat”. Pronuncié el Fiat y ¡oh maravilla! ¡Los dos Fiat se fundieron y el Verbo Divino descendió en Mí!
Mi Fiat, como estaba valorizado por el mismo valor del Fiat Divino, formó, del germen de mi humanidad, la pequeñísima Humanidad que debía encerrar al Verbo y así se cumplió el gran prodigio de la Encarnación.
¡Oh potencia del Fiat Supremo, Tú me elevaste tanto que me hiciste tan potente hasta poder Yo crear en Mí la Humanidad que debía encerrar al Verbo Eterno, a Aquél a quien Cielos y tierra no pueden contener!
Los Cielos se sacudieron y toda la creación se puso en actitud de fiesta y exultando de alegría miraban la humilde casita de Nazaret para ofrecer sus homenajes y obsequios al Creador humanado, y en su mudo lenguaje decían: “¡Oh prodigio de los prodigios que sólo un Dios podía hacer: la Inmensidad se ha empequeñecido, la potencia ha quedado impotente, la Altura inalcanzable se ha abajado hasta el abismo del seno de una Virgen, permaneciendo a un mismo tiempo pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil!”
Querida hija mía, tú no puedes comprender lo que tu Mamá sintió en el acto de la Encarnación del Verbo. Todos me apresuraban y esperaban mi Fiat, podría decir, omnipotente.
Hija querida, fíjate cuánto te debe importar el hacer y el vivir de Voluntad Divina. Mi potencia existe aún. Déjame pronunciar mi Fiat en tu alma, pero para pronunciarlo quiero el tuyo. Solo, no se puede hacer ningún bien verdadero, siempre entre dos se hacen las obras más grandes. Dios mismo no quiso obrar solo para formar el gran prodigio de la Encarnación sino que me quiso junto, en mi Fiat y en el suyo juntos se formó la vida del Hombre Dios y se reparó el destino del género humano. El Cielo ya no estuvo cerrado y todos los bienes quedaron encerrados entre dos Fiat. Por eso pronunciémoslo juntas: “¡Fiat, Fiat!” Y mi amor materno encerrará en ti la Vida de la Divina Voluntad.’
SIERVA DE DIOS LUISA PICCARRETA
DECIMONOVENO DÍA
LA VIRGEN MARIA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD
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