Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".
Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
Los Diálogos, c. 134
Abre, pues, dilata, rompe los corazones endurecidos de aquellos que tú mismo has creado –si no es por los que no llaman, al menos por tu infinita bondad y por el amor de tus servidores que llaman a ti por los demás. Escúchales, Padre eterno… Abre la puerta de tu caridad ilimitada, que nos ha llegado por la puerta del Verbo. Sí, yo sé que tú abres antes que llamemos porque es con la voluntad y el amor que tú les has dado que tus siervos golpean y te llaman, por tu honor y por la salvación de sus almas. Dales, pues, el pan de vida, es decir, el fruto de la sangre de tu Hijo único.
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