Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,
para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
El Diálogo, cap. 39
A los justos les inspirará, al mismo tiempo que un temor respetuoso, un gran júbilo. No es que su rostro cambie: su rostro, en virtud de su naturaleza divina, es inmutable porque no es sino uno conmigo, y en virtud de la naturaleza humana su rostro es igualmente inmutable porque tiene asumida la gloria de la resurrección. A los ojos de los réprobos, aparecerá terrible, porque le verán con ese ojo de espanto y turbación que los pecadores llevan dentro de sí mismos.
¿No es lo mismo que ocurre con un ojo enfermo? Cuando brilla el sol no ve más que tinieblas, mientras que el ojo sano ve la luz. No es que la luz tenga algún defecto; no es que el sol cambie. El defecto está en el ojo ciego. Es así como los réprobos verán a mi Hijo: en la tiniebla, el odio y la confusión. Será por culpa de su propia enfermedad y no a causa de la majestad divina con la que mi Hijo aparecerá para juzgar al mundo.
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