La belleza de Dios
nadie ni en esta vida ni en la otra la puede alcanzar en toda su dimensión. Yo,
Espíritu de Dios, os hablo.
En la otra vida
vislumbraréis algo de esta belleza según vuestros méritos y la fe que tuvisteis,
pero no alcanzareis a verla en toda su dimensión porque es infinita, y vosotras
almas, aunque estéis gloriosas en el Cielo, sois finitas. Yo, Espíritu de Dios,
os hablo.
Dios es la belleza de
todas las bellezas. Infinitamente perfecto, con todos sus atributos infinitos y
perfectísimos. La fuente de toda virtud, y todas las posee en grado infinito. No
puede la mente humana alcanzar todo esto porque es algo que no entra en la
comprensión humana, por eso debe creerlo, y creyéndolo ya es grande lo que hace,
porque creer todo esto que escapa a la mente humana son actos de fe muy
meritorios, ya que escapa a la comprensión humana. Yo, Espíritu de Dios, os
hablo.
El amor de Dios hacia
las almas es incalculable porque también es infinito ese amor que tiene a su
Creación. El creó la naturaleza humana y la dotó de todo lo que poseéis,
inteligencia, memoria, sentidos de la vista, del oído, del habla,
del tacto, aunque la naturaleza humana se degradó por
el pecado que todo lo contaminó y lo corrompió. Pero aun así, el alma de una
persona en estado de gracia y sin resto de pecado alguno, es bellísima ante los
ojos de Dios porque participa de su misma naturaleza divina aunque en grados
ínfimos, pero es muy bella. De ahí, que el alma de María Santísima que no tuvo
mancha alguna ni siquiera la del pecado original, es de una belleza
incalculable e inmensa, que hace el recreo de los Ángeles que la
contemplan y ven hasta donde alcanzó su perfección. Yo, Espíritu de Dios, os
hablo.
Tan pronto tengáis
una tentación debéis vencerla cuanto antes porque si no la vencéis, se puede
convertir en pecado. Acudid a vuestros Ángeles de la Guarda a pedirle ayuda, a
Jesús Sacramentado, a la Santísima Virgen, a los santos de vuestra devoción.
Rociaros con agua bendita, haced la señal de cruz en vosotros (signándoos) y
besad cualquier imagen o cruz que tengáis bendecida. Pero procurad vencer cuanto
antes la batalla, porque Satanás no parará de tentaros una y otra vez hasta que
caigáis. Por eso, tened a mano sacramentales bendecidos, agua bendita, sal
exorcizada, todo lo que sean armas contra el demonio, aunque la mejor arma de
todas es la verdadera humildad de reconoceros pecadores y de pedir a Dios Su
ayuda para vencer esa batalla. Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os instruyo. Paz
a todo aquel que leyendo este mensaje lo cree y lo pone en
práctica.
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