Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?".
Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar".
Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Tratado sobre el salmo 64; PL 9, 416ss
Dios mismo es el que edifica esta morada. Si fuera construida por mano humana no duraría para siempre; tampoco si fuera edificada sobre doctrinas humanas. Nuestras inquietudes y nuestros esfuerzos vanos no serían capaces de protegerla. El Señor, en cambio, lo realiza. No la ha fundado sobre arena movediza sino sobre los profetas y los apóstoles (cf Ef 2,20). Es construida sin cesar con piedras vivas (1Pe 2,5). Se desarrolla hasta las últimas dimensiones del cuerpo de Cristo. Sin cesar se realiza su edificación; en su entorno se construyen numerosas casas que se juntan para formar una ciudad grande y pacífica(Sal 121,3).
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