“MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE”
Ahora que estamos por comenzar el Año Jubilar de la Misericordia en que el Papa Francisco nos ha pedido que “redescubramos la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales”, nos disponemos a acercarnos a ellas con nuevos ojos. Puede ser que ya nos las sepamos de memoria:
OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos
OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos
de los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos
Pero ¿verdaderamente las vivimos como Dios nos pide? Recordamos las palabras del profeta Oseas:
“Porque quiero misericordia, y no sacrificios, y prefiero el conocimiento de Dios más que los holocaustos” (Os 6,6).
¿Qué es lo que Dios nos está pidiendo? ¿Qué nos quiere decir con estas palabras? ¿Será acaso que no busquemos ‘justificarnos’ a nosotros mismos? ¿Que no nos busquemos a nosotros mismos, nuestra buena reputación, nuestro bien, nuestro interés al servirle? Podemos hacer tantas cosas por Dios aparentemente ‘buenas’ que manchadas por el interés propio y carentes de amor, no valen nada. Como dice San Pablo, “si no tengo amor, de nada me sirve” (1Co 13,3).
Nuestro Señor Jesucristo en los Evangelios una y otra vez busca enseñarnos cómo deben ser sus discípulos: “Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos”(Jn13,35). Pero, ¿podemos verdaderamente amar al prójimo sin amar a Dios? El amor al prójimo es el FRUTO de nuestro amor a Dios. Tenemos que amar al prójimo desde Dios. Por eso el primer mandamiento es este: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”. Y entonces sí, “amarás al prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27); aún más, como Dios te ha amado (Jn 13,34).
En esto se resume toda la ley y los profetas (Mt 22,40). Dios quiere que lo amemos y que nos amemos los unos a los otros. Porque sólo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios… ¡porque Dios es amor!(1Jn4, 7-8). Fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios y la semejanza con Él es el AMOR. En el fondo, cuando Dios nos pide que seamos misericordiosos y que lo conozcamos, nos está pidiendo que tengamos Su mismo Corazón para que vivamos como verdaderos hijos Suyos, por eso es tan hermoso el lema de este Jubileo, ‘Misericordiosos como el Padre’. Jesús nos lo dijo:
“Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si aman a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los paganos?…Ustedes sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 44-48).
Entonces si serán agradables nuestras ofrendas y podremos hacer brillar nuestra luz delante de los hombres para que al ver nuestras buenas obras, den gloria junto con nosotros a nuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16).
Que nuestra Madre Santísima de Guadalupe a quien el Papa Francisco ha encomendado este Año Jubilar, nos ayude a aprovechar las gracias especiales que se nos están ofreciendo para comprender en nuestros corazones el grito de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, la máxima expresión de la misericordia de Dios para nosotros: ¡Tengo Sed! (Jn 19,28). ¡Tengo sed de almas, tengo sed de tu amor, tengo sed de ti! Y el que hiciera poco antes al acercarse ‘su hora’: He venido a traer fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (Lc 12,49).
Dejémonos pues encender por ese fuego, que es el Espíritu Santo, que clama desde el fondo de nuestras almas ¡Abba, Padre!; y nos ayuda a ejercer las obras de misericordia sólo Por el Amor de Dios.
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