Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Sermones sobre san Mateo, nº 15
En efecto, al decirles: «Vosotros sois la sal de la tierra», les ha indicado que es toda la tierra que está faltada de sal, corrompida por el pecado; y que por su ministerio la gracia del Espíritu Santo regenerará y conservará al mundo. Por eso les enseña las virtudes de las bienaventuranzas, las que son más necesarias, las más eficaces para los que tiene la multitud a su cargo. El que es suave, modesto, misericordioso, justo, no se queda para sí mismo las buenas acciones que lleva a cabo; se preocupa que las bellas fuentes fluyan también para el bien de los otros. El que tiene puro el corazón, el que es artífice de paz, el que sufre persecución por la verdad, éste es el que consagra su vida al bien de todos.
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