Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Leer el comentario del Evangelio por
San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), presbítero, fundador
Homilía del 4/5/57
Quizás algunos se preguntarán cómo pueden comunicar este conocimiento de Cristo a los demás. Yo os respondo: con naturalidad, con simplicidad, viviendo exactamente tal como lo hacéis en medio del mundo, dándoos cuenta que estáis en vuestro trabajo profesional o al cuidado de vuestra familia, participando de todas las nobles aspiraciones de los hombres, respetando la legítima libertad de cada uno... La vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, el Señor nos llama a santificar nuestras tareas habituales, porque también ahí reside la perfección cristiana.
No olvidemos que la casi totalidad de los días que María ha pasado en esta tierra se han desarrollado de manera muy semejante a los días de millones de otras mujeres, consagradas, como ella, a su familia, a la educación de sus hijos, a los quehaceres del hogar. De todo esto Maria santifica hasta el más mínimo detalle, eso que muchos consideran, equivocadamente, como insignificante y sin valor... ¡Bendita vida ordinaria que puede, de tal manera, estar llena del amor de Dios! Porque he aquí cual es la explicación de la vida de María: su amor llevado hasta el olvido total de sí, contenta de encontrarse en el lugar en el cual Dios la quería. Por eso el más pequeño de sus gestos no ha sido nunca banal, sino al contrario, aparecía lleno de significado... Nos toca a nosotros intentar ser como ella en las circunstancias precisas en las que Dios ha querido que vivamos.
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