Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
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San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia
Vida de San Francisco, Leyenda mayor, c. 1,5-6
Se abandonó entonces, al espíritu de pobreza, al gusto por la humildad y a seguir los impulsos de vivir una piedad profunda. Siendo así que antes la sola vista de un leproso le sacudía interiormente de horror, desde aquel momento se puso a prestarles todos los servicios posibles con una despreocupación total de sí mismo, siempre humilde y muy humano; y todo ello lo hacía por Cristo crucificado el cual, según el profeta, le “estimamos leproso” (Is 53,3). A menudo los visitaba y les daba limosnas; después, movido por la compasión, besaba afectuosamente sus manos y su rostro. También a los mendigos, no quedándose contento con darles lo que tenía, hubiera querido darse él mismo y, cuando ya no le quedaba más dinero en la mano, les daba sus vestidos, descosiéndolos o, a veces, haciéndolos pedazos para repartírselos.
Por esta época peregrinó a Roma hasta el sepulcro del apóstol Pedro; cuando vio a los mendigos pululando por el atrio de la basílica, movido de compasión tanto como por el amor a la pobreza, escogió a uno de los más miserables, le propuso cambiar sus propios vestidos por los pingajos del mendigo y pasó todo el día en compañía de los pobres, y el alma llena de un gozo que no había conocido hasta entonces.
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