Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!".
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
San Efrén (c. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Diatessaron, oración final; SC 12, 404ss
Nuestro agradecimiento es insuficiente, pero te adoramos en todas las cosas por tu amor hacia todos los hombres. Tú nos distingues a cada uno de nosotros por el fondo de nuestro ser invisible, nosotros, que estamos todos unidos fundamentalmente por la única naturaleza de Adán... Te adoramos, tú que nos has puesto en este mundo a cada uno de nosotros, que nos has confiado todo lo que hay en él y nos sacarás de él en el momento que ignoramos. Te adoramos, tú que has puesto tu palabra en nuestros labios para que pudiéramos presentarte nuestras peticiones. Adán te aclama, él que descansa en la paz, y nosotros, su posteridad, con él, ya que todos somos beneficiarios de tu gracia. Los vientos te alaban,... la tierra te canta..., los mares te bendicen..., los árboles te aclaman, las plantas y las flores te enaltecen.. Que todo lo que existe se una en una voz para alabarte, darte gracias por todas las bondades y te bendiga en la paz.
A nosotros nos conviene enaltecerte en todo momento, con toda nuestra voluntad y tú derramas sobre nosotros algo de tu plenitud, para que tu verdad nos convierta y que así desaparezca nuestra debilidad que, sin tu gracia, no puede llegar hasta ti, tú el Dador de todo don.
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