Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para los domingos y fiestas de los santos.
“Entonces Jesús ordena a los vientos y al mar”. Dios dice a Job: “¿Quién ha fijado los límites del mar?... Soy yo quien le ha dicho: Llegarás hasta aquí, y no irás más lejos; aquí romperás las olas tumultuosas” (38,8-11) Tan sólo el Señor puede fijar los límites a la amargura de la persecución y de la tentación... Cuando él hace cesar la tentación, dice: Aquí romperás las olas tumultuosas”. La tentación, ante la misericordia de Jesucristo, cederá. Cuando el diablo nos tienta debemos decir con toda la devoción de nuestra alma: “En el nombre de Jesús de Nazaret, que ha ordenado a los vientos y al mar, te mando que te alejes de mí” (cf Hech 16,18).
“Y se hizo una gran bonanza” Es lo que leemos en el libro de Tobías: “Lo sé, Señor: el que te honra, después de haber sido probado en esta vida, será coronado; si sufre la tentación, será liberado; si tiene que sufrir, encontrará la misericordia porque tú no quieres que nos perdamos. Después de la tempestad, nos devuelves la calma; después de las lágrimas y los llantos, nos inundas de gozo” (3,21-22 Vlg).
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