Dijo el Señor:
«¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado!
Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo:
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas
y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.
Jueves de la vigésima octava semana del tiempo ordinario
Severiano de Gabala (?-c. 408), obispo en Siria
Homilía sobre Caín y Abel
Encuentro en Abel la imagen de Cristo. Ciertamente, el Salvador es el justo por excelencia..., pero entre todos los hombres de la antigua alianza, Abel es el príncipe de la justicia... Por otra parte, el mismo Salvador puso a Abel el primero en la línea de los justos cuando dijo a los judíos: «Os digo que a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario»...
Admirable cosa: porque combatió el primero en favor de la justicia, Abel tiene el honor de sufrir el primero a causa de la piedad. Verdaderamente es la prefiguración de Cristo que murió a causa de la verdad. La sangre de Abel anunciaba la sangre de Cristo: clamaba desde la tierra (Gn 4,10) ; también clama la sangre del Señor. Pero la sangre de Abel era una súplica, la sangre de Cristo es la reconciliación del mundo... Por eso el apóstol Pablo recordando a uno y otro, confiesa la superioridad de la sangre de Cristo. Escribe: «Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel» (He 12,22-24)... Si, esta sangre habla, suplica en favor de los pecadores, intercede por el mundo. La sangre de Cristo es verdaderamente la purificación del mundo; la sangre de Cristo, es la redención de los hombres.
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