Florecilla del mes: En la mañana, a mediodía y en la tarde, es decir, tres veces al día, ir sobre las rodillas de nuestra Mamá Celestial y decirle: “Mamá mía, te amo; ámame Tú también, da un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna.”
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad.
Sale de la cuna, da sus primeros pasos, y con sus actos
infantiles llama a Dios a descender sobre la tierra, y
llama a las criaturas a vivir en la Divina Voluntad.
El alma a la celestial Reinita:
Heme aquí de nuevo ante ti, mi querida niñita, en la casa de Nazaret, quiero ser espectadora de tu edad infantil, quiero darte la mano mientras das tus primeros pasos, hablas con tu santa mamá y con tu padre Joaquín. Pequeña como eres, después que has empezado a caminar ayudas a santa Ana en los pequeños servicios. Mamacita mía, cómo me eres querida y toda hermosa, ¡ah! dame tus lecciones para que siga tu infancia y aprenda de ti a vivir aun en las pequeñas acciones humanas en el reino de la Divina Voluntad.
Lección de la pequeña Reina del Cielo:
Mi hija querida, mi único deseo es el tener a mi lado a mi hija, sin ti me siento sola y no tengo a quién confiar mis secretos. Por eso son mis premuras maternas que buscan a mi lado a mi hija que tengo en el corazón, para darte mis lecciones y así hacerte comprender cómo se vive en el reino de la Divina Voluntad. Pero en Ella no entra el querer humano, éste queda aplastado y en acto de sufrir continuas muertes ante la luz, santidad y potencia de la Divina Voluntad. Pero ¿crees tú que el querer humano queda afligido porque el Divino Querer lo tiene en acto de morir continuamente? ¡Ah! no, no, más bien se siente feliz de que sobre su voluntad agonizante renazca y surja la Voluntad Divina victoriosa y triunfante sobre la suya, porque le lleva alegría y felicidad sin termino. Basta comprender hija querida qué significa hacerse dominar por Ella, y probarlo para hacer que la criatura aborrezca tanto su voluntad, que se dejaría hacer pedazos antes que salir de la Divina Voluntad.
Ahora escúchame, Yo partí del Cielo sólo para hacer la Voluntad del Eterno, y si bien Yo tenía mi cielo en mí, el cual era la Voluntad Divina, y era inseparable de mi Creador, también me agradaba estar en la patria celestial, mucho más que estando la Divina Voluntad en Mí, Yo sentía los derechos de hija de estar con Él y de hacerme arrullar como pequeñita entre sus brazos paternos y de participar a todos las alegrías y felicidad, riquezas, santidad que poseía, cuanto más podía tomar y llenarme tanto, hasta no poder contener más, y el Ser Supremo gozaba el ver que Yo sin temor, más bien con sumo amor me llenaba de sus bienes, Yo no me maravillaba de que me hacía tomar lo que Yo quería, era su hija, una era la Voluntad que nos animaba, lo que querían Ellos quería Yo. Así que sentía que las propiedades de mi Padre celestial eran mías, la única diferencia, que Yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos sus bienes, por cuantos tomaba, quedaban tantos que no tenía capacidad donde ponerlos, porque siempre era criatura, en cambio la Divinidad era grande, inmensa, y en un solo acto abrazaba todo. Por eso, a pesar de esto, en cuanto me hacían entender que debía privarme de sus alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, Yo partía del Cielo sin demora y regresaba en medio de mis queridos padres, ellos me amaban mucho, Yo era toda amable, hermosa, alegre, pacífica y llena de gracia infantil, tanto, de raptarme el afecto de ellos, eran todo atención sobre de Mí, era su joya, cuando me tomaban en sus brazos sentían cosas insólitas, y una Vida Divina palpitante en Mí. Ahora hija de mi corazón, tú debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad extendía se reino en todos mis actos, así que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento, el sueño que tomaba, los pequeños servicios con los cuales ayudaba a mi madre, eran animados por la Divina Voluntad, y como te he llevado siempre en mi corazón te llamaba como hija mía; en todos mis actos llamaba a tus actos junto con los míos, a fin de que también en tus actos, aun indiferentes, se extendiera el reino del Querer Divino. Escucha cuánto te amaba: si oraba llamaba tu plegaria en la mía, a fin de que la tuya y la mía fueran valoradas con un solo valor y poder, cual era el valor y el poder de una Voluntad Divina, si hablaba llamaba tu palabra, si caminaba llamaba tus pasos, y si hacía las pequeñas acciones humanas indispensables a la naturaleza humana, como eran el tomar agua, barrer, ayudar a llevar leña a mi madre para encender fuego, y tantas otras cosas similares, Yo llamaba a estos mismos actos tuyos a fin de que fueran valorados por una Voluntad Divina, y en los míos, y en tus actos, se extendiese su reino, y mientras te llamaba en cada acto mío, llamaba al Verbo Divino a descender sobre la tierra. ¡Oh! cuánto te he amado hija mía, quería tus actos en los míos para hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo. Y ¡oh! cuántas veces yo te llamaba, y llamaba a tus actos, pero con sumo dolor mío los míos quedaban aislados y los tuyos los veía como extraviados en tu voluntad humana, que es horrible el decirlo, formaban el reino no divino, sino humano, el reino de las pasiones y el reino del pecado, de las infelicidades y desventuras. Tu Mamá lloraba sobre tu desventura, y en cada acto de voluntad humana que tú haces, pues conocía a que reino infeliz te llevan; mis lágrimas se derraman todavía para hacerte comprender el gran mal que haces, por eso escucha a tu Mamá, si tú hicieras la Divina Voluntad, por derecho te serán dadas la alegría, la felicidad, todo será en común con tu Creador, las debilidades, las miserias huirán de ti, y además serás la más querida de mis hijas, te tendré en mi mismo reino para hacerte vivir siempre de Divina Voluntad.
El alma:
Mamá santa, ¿quién puede resistir el verte llorar, y no escuchar tus santas lecciones? Yo con todo el corazón lo prometo, lo juro, el no hacer jamás, nunca más mi voluntad, y Tú Mamá Divina no me dejes jamás sola, para que el imperio de tu presencia aplaste mi voluntad, para hacerme reinar siempre, siempre en la Voluntad de Dios.
Florecita: Hoy para honrarme, me darás todos tus actos para hacerme compañía en mi infancia, diciéndome tres actos de amor en memoria de los tres años que Yo viví con mi madre santa Ana.
Jaculatoria: Poderosa Reina, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.
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