Para cada día del mes de mayo.
Madre Santa, aquí estoy de nuevo sobre tus rodillas maternas, soy tu hija y como hija tuya quiero que me des de comer en la boca tu dulcísima palabra, la cual me da el bálsamo para curarme las heridas de mi miserable voluntad humana. Madre mía, háblame, que tus potentes palabras penetren en mi corazón y formen una nueva creación, para formar el germen de la Divina Voluntad en mi alma.
Lección de la Reina Soberana:
Hija mía, es precisamente ésta la finalidad por la que tanto quiero hacerte escuchar los arcanos celestiales del Fiat Divino, los portentos que puede obrar donde reina completamente y el gran mal de quien se deja dominar por su voluntad humana, para que tú ames el Fiat Divino y dejes que forme en ti su trono y aborrezcas tu voluntad humana para formar de ella el escabel de la Voluntad Divina, teniéndola siempre sacrificada a sus pies.
Y ahora, hija mía, escúchame. Yo continuaba mi vida en Nazaret; el Fiat Divino seguía ampliando su Reino en mí; se servía de mis más pequeños actos y hasta de los más indiferentes, como mantener en orden la pequeña casita en donde vivíamos, encender el fuego, barrer y todos aquellos servicios que se hacen en las familias, para hacerme sentir su vida palpitante en el fuego, en el agua, en el alimento, en el aire que respiraba, en todo; y, revistiéndolos, formaba sobre mis pequeños actos mares de luz, de gracia y de santidad; porque donde reina la Divina Voluntad, ésta tiene la potencia para formar hasta de las pequeñeces nuevos cielos de una belleza encantadora; porque siendo inmenso no sabe hacer cosas pequeñas, sino que con su potencia le da valor a las pequeñeces y hace de ellas las cosas más grandes, tanto que llegan a sorprender cielos y tierra.
Todo es santo, todo es sagrado para quien vive de Voluntad Divina.
Hija de mi Corazón, préstame atención y escúchame. Días antes de la venida del Verbo Eterno sobre la tierra, yo veía el cielo abierto y al Sol del Verbo Divino a sus puertas, como para ver sobre quién habría de emprender el vuelo para hacerse prisionero celestial de una criatura. ¡Oh, qué bonito era verlo a las puertas del cielo, como un centinela, espiando a la dichosa criatura que iba a albergar a su Creador! La Sacrosanta Trinidad ya no veía la tierra como cosa extraña a ellos porque habitaba en ella la pequeña María, que poseyendo la Divina Voluntad había formado el Reino Divino en donde el Verbo Eterno podía descender y estar al seguro como en su propia morada, en la cual podía encontrar el cielo y tantísimos soles en los que se habían transformado los actos de Voluntad Divina hechos en mi alma. La Divinidad rebosó de amor y quitándose el manto de la justicia que durante tantos siglos había mostrado con las criaturas, se cubrió con el manto de la misericordia infinita y el Consistorio de la Sacrosanta Trinidad decretó la venida del Verbo Eterno sobre la tierra y está en acto de hacer sonar la hora del cumplimiento. Al escuchar este decreto los cielos y la tierra se asombran y se preparan con mucha atención, para ser espectadores de un exceso de amor tan grande y de un prodigio tan extraordinario.
Yo me se sentía incendiada de amor y haciendo eco al amor de mi Creador quería formar un solo mar de amor, para que en él descendiera el Verbo sobre la tierra. Mis oraciones eran incesantes y mientras estaba orando en mi habitación, un ángel enviado del cielo como mensajero del gran Rey, se presentó ante mí e inclinándose me saludó:
« ¡Ave, oh María, Reina nuestra! El Fiat Divino te ha llenado de gracia. El Verbo Divino ha ya pronunciado su Fiat y quiere venir, ya está detrás de mis hombros; pero quiere tu Fiat para darle cumplimiento a su Fiat. »
A un anuncio tan grande y tan anhelado por mí, aunque jamás había pensado que yo iba a ser la elegida, me quedé asombrada y vacilé por un instante, pero el ángel del Señor me dijo:
« ¡No temas, Reina nuestra! ¡Tú has hallado gracia ante Dios! ¡Has vencido a tu Creador! Por eso para darle cumplimiento a la victoria pronuncia tu Fiat. »
Yo pronuncié mi Fiat y ¡oh, qué maravilla! Los dos Fiat se fundieron en uno solo y el Verbo Divino descendió en mí; mi Fiat, que tenía el mismo valor que el Fiat Divino, formó con el germen de mi humanidad, la pequeña Humanidad que iba a encerrar al Verbo Eterno cumpliéndose así el gran prodigio de la Encarnación.
¡Oh, potencia del Fiat Supremo! Tú me exaltaste tanto y me hiciste tan potente que pude llegar a crear en mí a aquella Humanidad que iba a encerrar al Verbo Eterno, y que cielos y tierra no podían contener.
Los cielos se estremecieron y toda la creación se puso de fiesta y exultando de alegría cantaban alrededor de la casita de Nazaret, para rendir homenaje y honrar al Creador hecho hombre y en su mudo lenguaje decían:
« ¡Oh prodigio de prodigios que solo un Dios podía hacer! ¡La Inmensidad se ha empequeñecido, la potencia se ha hecho imponente, su alteza inalcanzable ha bajado hasta el abismo del seno de una Virgen quedando al mismo tiempo pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil! »
Querida hija mía, tú no puedes imaginarte lo que sintió tu Madre en el acto de la Encarnación del Verbo. Todos me apresuraban y esperaban mi Fiat, podría decir omnipotente.
Querida hija mía, escúchame. La única cosa que te debe interesar de todo corazón es hacer y vivir de Voluntad Divina. Mi potencia todavía existe: déjame pronunciar mi Fiat sobre tu alma; más para poder hacerlo quiero el tuyo; un verdadero bien no lo puede hacer uno solo, porque las obras más grandes se hacen siempre entre dos. Dios mismo no quiso obrar solo, quiso que yo obrara junto con él para realizar el gran prodigio de la Encarnación; y tanto en mi Fiat como en el suyo se formó la vida del Hombre-Dios y se ajustaron las suertes del género humano. El cielo no siguió estando cerrado y todos los bienes fueron encerrados entre dos Fiat. Por eso, pronunciemos juntos, ¡Fiat! ¡Fiat! y mi amor materno encerrará en ti la vida de la Divina Voluntad.
Por ahora basta, mañana te espero de nuevo, hija mía, para narrarte lo que pasó después de la Encarnación.
El alma:
Bellísima Madre mía, estoy sumamente sorprendida escuchando tus bellísimas lecciones. ¡Ah, te ruego que pronuncies tu Fiat sobre mí! Yo también pronuncio el mío, para que en mí quede concebido ese Fiat Divino que tú tanto anhelas que su vida reine en mí.
Propósito:
Hoy, para honrarme, vendrás a darle tu primer beso a Jesús y le dirás nueve veces que quieres hacer su Voluntad, y yo repetiré el prodigio de concebir a Jesús en tu alma.
Jaculatoria:
« Reina potente, pronuncia tu Fiat y crea en mí la Voluntad de Dios. »
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