Para cada día del mes de mayo.
El alma a su gloriosa Reina:
Mi querida Madre Celestial, aquí estoy de regreso entre tus brazos maternos y al mirarte veo que una dulce sonrisa florece sobre tus labios purísimos. Se ve que hoy estás de fiesta; me parece que quieres narrarle y confiarle a tu hija algo que me sorprenderá aún más. Madre Santa, ¡ah, te lo ruego, toca con tus manos mi mente y vacía mi corazón, para que yo pueda comprender tus santas enseñanzas y ponerlas en práctica.
Lección de la Reina del Cielo:
Querida hija mía, hoy tu Madre está de fiesta porque quiere hablarte de su Asunción de la tierra al cielo, día en que terminé de cumplir la Voluntad de Dios sobre la tierra. No hubo en mí ni un respiro, un latido o un paso en el que el Fiat Divino no tuviera su acto completo y esto me embellecía, me enriquecía y me santificaba tanto que los ángeles mismos se quedaban extasiados.
Tú debes saber que antes de partir hacia mi patria celestial, regresé a Jerusalén junto con mi amado Juan. Era la última vez que en carne mortal pasaba por la tierra, toda la creación, como si lo hubiera intuido, se postraba a mi alrededor, y desde los peces del mar, por el que atravesamos, hasta el más pequeño pajarito, todos querían ser bendecidos por su Reina y yo bendecía a todos y también me despedí de ellos por última vez.
Así llegamos a Jerusalén y retirándome en un apartamento a donde Juan me llevó, me encerré en él para nunca más volver a salir.
Hija bendita, tú debes saber que yo comencé a sentir en mí tal un martirio de amor; unido a unas ardientes ansias de alcanzar a mi Hijo al cielo; que me sentía consumir hasta sentirme enferma de amor y que me daban fuertes delirios y desfallecimientos todos ellos de amor.
Porque yo jamás conocí la enfermedad ni tuve alguna ligera indisposición, pues, habiendo sido concebida sin pecado original y habiendo siempre vivido totalmente de Voluntad Divina, a mi naturaleza humana le faltaba el germen de los males naturales. Si las penas me hicieron tanto la corte, fue porque todas ellas eran en orden sobrenatural y estas penas fueron para tu Madre Celestial triunfos y honores y daban lugar a que yo pudiera hacer que mi maternidad no fuera estéril, sino que pudiera conquistar muchos hijos. ¿Ves entonces, querida hija mía, qué es lo que significa vivir de Voluntad Divina? Significa perder el germen de todo mal natural, los cuales producen no honores y triunfos, sino debilidades, miserias y derrotas.
Por eso, querida hija mía, escucha las últimas palabras de tu Madre que está por partir al cielo; no me iré contenta si no dejo al seguro a mi hija. Antes de partir quiero dejarte mi testamento, dejándote por dote la misma Voluntad Divina que posee tu Madre y que me llenó tanto de sus gracias, que me hizo Madre del Verbo Eterno, Señora y Reina del Corazón de Jesús, Madre y Reina de toda la humanidad.
Escucha hija mía, hoy es el último día del mes consagrado a mí; yo te ha hablado con tanto amor de lo que obró la Divina Voluntad en mí, del gran bien que sabe hacer y de lo que significa dejarse dominar por ella. Te he hablado también de los graves males de la voluntad humana. Pero, ¿crees tú que lo he hecho sólo para hacerte una simple narración? ¡No, no! Tu Madre cuando habla quiere dar. En el exceso de mi amor, yo me servía de cada palabra que te decía para atar tu alma al Fiat Divino y preparar la dote en la que tú pudieras vivir rica, feliz, llena de fuerza divina.
Así que, ahora que estoy por partir, acepta mi testamento; que tu alma sea el papel en el que yo escriba con la pluma de oro de la Divina Voluntad y la tinta de mi ardiente amor que me consuma, el testimonio de la dote que te hago.
Bendita hija mía, asegúrame que nunca más volverás a hacer tu voluntad, pon tu mano sobre mi Corazón materno y júrame que dejarás encerrada tu voluntad en mi Corazón, de manera que no sintiéndola ya no podrás tener la ocasión de hacerla; yo me la llevaré al cielo como triunfo y victoria de mi hija.
Hijita mía, escucha las últimas palabras de tu Madre que se está muriendo de puro amor; recibe mi última bendición como sello de la vida de la Divina Voluntad que dejo en ti y que será tu cielo, tu sol y tu mar de amor y de gracia. En estos últimos momentos, tu Madre Celestial quiere ahogarte de amor, quiere fundirse en ti con su amor con tal de obtener lo que tanto quiere sentirse decir, tús últimas palabras: es decir, que preferirás morir, que harás cualquier sacrificio antes de darle un acto de vida a tu voluntad; ¡Dímelo, hija mía! ¡Dímelo!
El alma:
Madre Santa, con todo el dolor de mi corazón, te lo digo llorando: si tú ves que yo estoy por hacer un solo acto de mi voluntad, hazme morir, tú misma toma mi alma entre tus brazos y llévame al cielo; de todo corazón te lo prometo, te juro que jamás haré mi voluntad.
La Reina de amor:
Bendita hija mía, ¡qué contenta estoy! No me podía decidir a narrarte mi asunción al cielo si no hubieras quedado al seguro sobre la tierra, dotada de Voluntad Divina; pero sabe que del cielo no te dejaré huérfana, te guiaré en todo; en la más pequeña de tus necesidades como en la más grande, llámame, yo vendré de inmediato y te seré Madre.
Y ahora, querida hija mía, escúchame. Yo estaba enferma de amor. El Fiat Divino, para consolar a los apóstoles y a mí también, permitió casi en modo prodigioso que todos los apóstoles, a excepción de uno, me hicieran corona en el acto en que estaba por partir al cielo. Todos sentían que se les rompía el corazón y lloraban amargamente; yo los consolé, les recomendé a todos de manera especial a la Santa Iglesia que estaba naciendo y les di a todos mi bendición materna, en virtud de la cual dejé en sus corazones la paternidad de amor hacia las almas.
Mi querido Hijo no hacía más que ir y venir del cielo, ya no podía seguir estando sin su Madre y dando yo mi último suspiro de puro amor en la eternidad de la Divina Voluntad, me recibió entre sus brazos y me condujo al cielo en medio a legiones de ángeles, que elevaban sus himnos a su Reina. Puedo decir que el cielo se quedó vacío porque todos vinieron para venir a mi encuentro y me festejaron y al mirarme quedaban extasiados y en coro decían:
« ¿Quién es esta santa criatura que viene del exilio completamente apoyada a su Señor? Toda bella, toda santa, con el cetro de Reina; es tanta su belleza que los cielos se han abierto para recibirla; ninguna otra criatura tan espléndida y singular había entrado a estas regiones celestiales, tan potente, que tiene la supremacía sobre todo. »
Hija mía, ¿quieres saber quién es esa santa criatura a quien todo el cielo festeja y queda extasiado contemplándola? Soy yo, que jamás hice mi voluntad. La Divina Voluntad me llenó tanto de sí misma, que extendió en mí los cielos más hermosos, los soles más resplandecientes, mares de belleza, de amor y de santidad, con los cuales podía dar luz, amor y santidad a todos y encerrarlo todo y a todos dentro de mi cielo; era la Divina Voluntad operante en mí la que había obrado un prodigio tan grande; yo era la única criatura que entrara al cielo, que había hecho la Divina Voluntad en la tierra como se hace en el cielo y que había formado su Reino en mi alma.
Toda la Corte Celestial al contemplarme quedó sorprendida, porque me encontraba cielo, y volviendo a mirarme me encontraba sol, y no pudiendo apartar su mirada, contemplándome más a fondo, me veía mar y encontraba también en mi la tierra purísima de mi humanidad llena de las más hermosas flores y exclamaban extasiados:
« ¡Qué hermosa es! ¡Ha concentrado todo en sí, no le falta nada! ¡Entre todas las obras de su Creador, ella es la única obra completa de toda la creación! »
Y ahora, bendita hija mía, tú debes saber que esta fue la primera fiesta que se le hizo en el cielo a la Divina Voluntad, que tantos prodigios había obrado en su criatura. De manera que cuando entré al cielo fue festejada por toda la corte celestial toda la belleza y la grandeza que el Fiat Divino puede obrar en la criatura. Desde aquel entonces estas fiestas no se han vuelto a repetir y es por eso que tu Madre tanto anhela que la Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, para dar lugar a que se repitan sus grandes prodigios y sus maravillosas fiestas.
El alma:
¡Madre de amor, Soberana Emperatriz, ah, desde el cielo en donde gloriosamente reinas dirige una piadosa mirada sobra la tierra y ten piedad de mí! ¡Oh, que necesidad tan grande siento de ti, querida Madre mía! Siento que sin ti me falta la vida. Todo vacila sin ti; por eso, no me dejes a la mitad de mi camino y continúa guiándome hasta que todas las cosas no se conviertan para mí en Voluntad de Dios y así forme en mi vida su vida y su Reino.
Propósito:
Hoy, para honrarme, recitarás tres veces el « Gloria al Padre » a la Santísima Trinidad para darle gracias en nombre mío por la inmensa gloria que me dio el día de mi Asunción al cielo y me pedirás que te venga a asistir a la hora de tu muerte.
Jaculatoria:
« Madre Celestial, encierra mi voluntad en tu Corazón y deja el sol de la Divina Voluntad en mi alma. »
MEDITACION ULTIMO DIA
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