"En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios en Cristo Jesus quiere de vosotros. No extingais el Espiritu; no desprecies las profecias; examinadlo todo y quedados con lo bueno." 1 TESALONISENCES 5: 18-21

El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca." San Lucas 6:45

QUE LA PRECIOSA SANGRE QUE BROTA DE LA SAGRADA CABEZA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, TEMPLO DE LA DIVINA SABIDURIA, TABERNACULO DEL DIVINO CONOCIMIENTO Y LUZ DEL CIELO Y DE LA TIERRA NOS CUBRA AHORA Y SIEMPRE. AMEN+++

“OH JESUS, CUBREME CON TU INFINITA SANGRE PRECIOSA CADA INSTANTE DE MI VIDA. AMEN"


"Ora y espera; no te inquietes. La inquietud no conduce a nada. Dios es misericordioso y

escuchará tu oración. Padre Pio"


sábado, 27 de mayo de 2017

LA VIRGEN MARIA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD. VIGESIMO SEPTIMO DIA

LA VIRGEN MARIA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD
S.D. LUISA PICARRETA

 FIAT ! ! !

VIGESIMO SEPTIMO DIA

unnamed MAYO 27 

Oración a la Reina del Cielo
Para cada día del mes de mayo.

Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes en este mes a ti consagrado, la gracia más grande: Que me admitas a vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Mamá Santa, Tú que eres la Reina de este Reino admíteme a vivir en él como hija tuya, a fin de que ya no esté desierto, sino poblado de hijos tuyos.
 
Soberana Reina, a ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en el Reino del Querer vino. Teniéndome tomada con tus manos maternas guía todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a Mamá mía te hago entrega de mi voluntad a fin de que Tú me la cambies por la Voluntad Divina, y así pueda yo estar segura de no salir de su Reino. Te pido que me ilumines para que yo pueda comprender bien qué significa Voluntad de Dios.

Ave María…   


 

Florecilla del mes: En la mañana, a mediodía y en la tarde, es decir, tres veces al día, ir sobre las rodillas de nuestra Mamá Celestial y decirle: “Mamá mía, te amo; ámame Tú también, da un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna.”

 La Reina de los Dolores en el Reino de la Divina Voluntad. .
Suena la hora del dolor; la pasión, el deicidio. Llanto de toda la naturaleza.

El alma a su Madre Dolorosa:
Mi querida Madre Dolorosa, hoy más que nunca siento la necesidad irresistible de estar cerca de ti, no me separaré de tu lado para ser espectadora de tus intensos dolores y pedirte, como hija tuya, la gracia de que deposites en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús, incluso su misma muerte, para que su muerte y tus dolores me den la gracia de hacerme morir continuamente a mi voluntad y sobre ella hacerme resucitar a la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo:
Queridísima hija mía, no me niegues tu compañía en medio de tanta amargura. La Divinidad ha ya decretado el último día de vida de mi Hijo sobre la tierra. Ya un apóstol lo ha traicionado poniéndolo en manos de los judíos para hacerlo morir. Mi amado Hijo, en un exceso de amor, no queriendo dejar a sus hijos, que con tanto amor vino a buscar a la tierra, se queda en el sacramento de la Eucaristía, para que quien quiera pueda poseerlo. Así que la vida de mi Hijo está por terminar, está por emprender el vuelo hacia su patria celestial. ¡Ah, hija mía, el Fiat Divino me lo dio y yo en el Fiat Divino lo recibí y ahora en el mismo Fiat Divino lo entrego!
Se me rompe el Corazón; mares inmensos de dolor me inundan; siento que la vida se me escapa por el sufrimiento atroz. Pero yo no podía negarle nada al Fiat Divino, es más yo estaba bien dispuesta a sacrificarlo en la Divina y omnipotente Voluntad; yo sentía en mí una fuerza tal, en virtud de la Divina Voluntad, que yo hubiera preferido morir antes que negarle cualquier cosa a la Divina Voluntad.
Ahora, escucha, hija mía; mi Corazón materno se encuentra ahogado en penas, ¡con solo pensar que debe morir mi Hijo, mi Dios, mi Vida, me siento peor que si debiera morir yo misma! No obstante, sé que debo seguir viviendo. ¡Qué aflicción tan grande! ¡Qué profundas heridas se abren en mi Corazón y como espadas bien afiladas me lo traspasan de lado a lado! Sin embargo, hija mía, me duele decírtelo, pero debo hacerlo: en estas penas y desgarros profundos y en las penas de mi Hijo amado estaba tu alma, tu voluntad humana, que no dejándose dominar por la Voluntad de Dios, nosotros la cubríamos con nuestra penas, para que se dispusiera a recibir la vida de la Divina Voluntad.
¡Ah, si el Fiat Divino no me hubiera sostenido y no hubiera continuado donándome sus mares infinitos de luz, de felicidad junto a los mares de mis tremendos dolores, yo habría muerto tantas veces por cuantas penas tuvo que sufrir mi querido Hijo! ¡Oh, cómo me sentí despedazada cuando la última vez que lo vi se me presentó pálido, con una tristeza mortal sobre su rostro! Con voz temblorosa, como si quisiera sollozar me dijo:
« ¡Madre mía, adiós! Bendice a tu Hijo y dame la obediencia de morir; si mi Fiat Divino y el tuyo me concibieron en ti, mi Fiat Divino y el tuyo me deben hacer morir; ánimo, oh, Madre querida, pronuncia tu Fiat y dime: “ te bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así lo quiere la Divina Voluntad, así lo quiero también yo”. »
¡Hija mía, qué cosa tan terrible para mi Corazón traspasado! Sin embargo, tuve que decirlo, porque en nosotros no existían las penas forzadas, todas eran voluntarias. Entonces, él me bendijo y yo lo bendije a él, y mirándonos con esa mirada que no sabe cómo separarse del objeto amado, mi querido Hijo, mi dulce Vida, partió y yo, tu Madre Dolorosa, lo dejé; pero con los ojos del alma no lo perdí nunca de vista. Lo seguí en el huerto en su tremenda agonía, ¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo abandonado por todos, hasta por sus fieles y amados apóstoles!
Hija mía, el verse abandonado por las personas que uno más quiere es uno de lo dolores más grandes para un corazón humano, especialmente en los momentos más difíciles de la vida, en particular para mi Hijo que los había tanto amado y beneficiado y que estaba en acto de dar la vida por quienes ya lo habían abandonado en las horas extremas de su vida, más aún, habían huido. ¡Qué dolor, qué dolor! Y yo, viéndolo agonizar y sudar sangre agonizaba junto con él y lo sostenía entre mis brazos maternos. Yo era inseparable de mi Hijo; sus penas se reflejaban en mi Corazón deshecho de dolor y de amor y yo las sentía más que si fueran mías.
Así lo seguí durante toda la noche; no hubo pena ni acusación que le hicieran que no hiciera eco en mi Corazón. Pero al alba del día siguiente, no pudiendo más, acompañada por su discípulo Juan, por la Magdalena y otras piadosas mujeres, lo quise seguir paso a paso, de tribunal en tribunal.
Querida hija mía, yo escuchaba el estruendo de los golpes que llovían sobre el cuerpo desnudo de mi Hijo; escuchaba las burlas, las risas satánicas y los golpes que le daban sobre la cabeza cuando lo coronaron de espinas. Lo vi cuando Pilato lo mostró al pueblo, desfigurado e irreconocible, y mis oídos quedaron ensordecidos al oír el grito unánime:
« ¡Crucifícalo, Crucifícalo! »
Lo vi cargando la cruz sobre sus hombros, exhausto, afanado y yo, no pudiendo soportar más, apresuré el paso para acercarme a él y abrazarlo por última vez y enjugar su rostro completamente bañado de sangre, pero… ¡para nosotros no había piedad! Los crueles soldados lo jalaron de las cuerdas y lo hicieron caer.
Hija mía, ¡qué pena desgarradora el no poder socorrer en tantas penas a mi querido Hijo! Cada pena abría un océano de dolor en mi Corazón traspasado. Finalmente lo seguí al calvario, donde, en medio de penas inauditas y contorsiones de lo más terribles fue crucificado y elevado en la cruz; sólo entonces me fue concedido estar a los pies de la cruz para recibir de sus labios moribundos el don de todos mis hijos y el derecho y sello de mi maternidad sobre todas las criaturas. Poco después, entre inauditos espasmos, expiró.
Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador. Lloró el sol obscureciéndose y retirándose, horrorizado, de la faz de la tierra; lloró la tierra con un fuerte temblor, desgarrándose en varios puntos por el dolor de la muerte de su Creador; todos lloraron: las sepulturas abriéndose, los muertos resucitando, y también el velo del templo lloró de dolor desgarrándose; todos perdieron el brío y se sintieron aterrorizados y espantados.
Hija mía, tu Madre, petrificada por el dolor, lo esperaba para recibirlo entre sus brazos y encerrarlo en el sepulcro.
Y ahora, escúchame en mi intenso dolor. Quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. ¡Míralo entre mis brazos adoloridos, mira como está desfigurado! Es el verdadero retrato de todos los males que la voluntad humana les causa a las pobres criaturas y mi querido Hijo quiso sufrir tanto para volver a elevar a esta voluntad que se encontraba caída en el abismo de todas las miserias; cada pena de Jesús y cada uno de mis dolores lo llamaban a resucitar en la Voluntad de Dios. Fue tanto nuestro amor que, para poner al seguro a esta voluntad humana, la llenamos de nuestras penas hasta ahogarla y encerrarla en los mares inmensos de mis dolores y de los de mi amado Hijo.
Hija mía, este día de dolores para tu Madre es todo para ti; por eso, para corresponderme, pon en mis manos tu voluntad, para que la encierre en las llagas sangrantes de Jesús, como la más bella victoria de su pasión y muerte y triunfo de mis intensos dolores.
El alma:
Madre Dolorosa, tus palabras hieren mi corazón y me siento morir al escuchar que mi rebelde voluntad ha sido la que te ha hecho sufrir tanto. Por eso, te ruego que la encierres en las llagas de Jesús, para vivir de sus penas y de sus intensos dolores.
Propósito:
Para honrarme en este día, besarás las llagas de Jesús ofreciéndole cinco actos de amor y pidiéndome que mis dolores sellen tu voluntad en la apertura de su costado.
Jaculatoria:
« Las llagas de Jesús y los dolores de mi Madre me den la gracia de hacer resucitar mi voluntad en la Voluntad de Dios. »


 MEDITACION VIGESIMO SEPTIMO DIA
Por Sacerdote Oscar Rodriguez
 

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