La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad sale del templo. Desposorios con San José. Espejo divino en el que llama a que se miren todos los que son llamados al estado conyugal.
El alma a su Madre Celestial:
Madre Santa, hoy más que nunca siento la necesidad de estrecharme entre tus brazos, para que la Divina Voluntad que reina en ti le forme un dulce encanto a mi voluntad de manera que la mantenga sin vida y no se atreva a hacer cosa alguna que no sea Voluntad de Dios; tus lecciones de ayer me han hecho comprender la cadena perpetua a la que la pobre criatura es condenada por su voluntad humana y temo grandemente que vuelva a renacer en mí. Por eso me encomiendo a ti, para que me vigiles constantemente y yo pueda estar segura de vivir siempre en la Voluntad de Dios.
Lección de la Reina del Cielo:
Animo, hija mía, ánimo. Ten confianza en tu Madre y haz un firme propósito de jamás volver a darle vida a tu voluntad. Oh, cómo quisiera escucharte decir: « Madre mía, mi voluntad se acabó, todo el dominio lo tiene en mí el Fiat Divino. »
Estas son las armas que hacen morir a la voluntad humana, que vencen mi Corazón materno y que me hacen usar todas mis artes amorosas de Madre para que tú, hija mía, vivas en mi Reino; será para ti una dulce muerte que te dará la verdadera vida y para mí la más bella de las victorias que obtendré en el Reino de la Divina Voluntad. Por eso, ánimo, hija mía, ten confianza en mí. La desconfianza es de viles y de quienes no están verdaderamente decididos a obtener victoria, por eso, éstos están siempre sin armas y sin armas no se puede vencer y se es siempre inconstante y vacilante en el bien.
Y ahora escúchame, hija mía; yo continuaba mi vida en el templo y también seguía dándome mis escapadas a mi patria celestial. Yo, como hija suya, tenía pleno derecho de ir a visitar a mi familia divina, la cual me pertenecía más que mi mismo padre. Pero, ¿cuál no fue mi sorpresa cuando en una de mis visitas, me hicieron saber que era su Voluntad que yo saliera del templo, uniéndome primero con vínculo matrimonial, conforme a la costumbre externa de aquellos tiempos, con un santo hombre llamado José, retirándome después junto con él a la casa de Nazaret?
Hija mía, en este paso de mi vida, aparentemente parecía que Dios quería ponerme a la prueba. Yo jamás había amado a nadie en este mundo y como la Voluntad Divina había tomado plena posesión de todo mi ser, mi voluntad humana no tuvo nunca un acto de vida, por lo que en mí no existía el germen del amor humano, ¿cómo podía entonces amar a un hombre humanamente, por más que fuera un gran santo? Es cierto que yo amaba a todos y que mi amor de Madre me los había escrito a uno por uno en mi Corazón materno con caracteres de fuego imborrables, pero todo era en el orden divino del amor; porque el amor humano comparado con el amor divino, se puede decir que es una sombra, un matiz, un átomo de amor.
Sin embargo, querida hija mía, Dios se sirvió admirablemente de lo que aparentemente parecía una prueba y como algo extraño a la santidad de mi vida para cumplir sus designios y concederme la gracia que yo tanto suspiraba, es decir, que el Verbo Divino descendiera sobre la tierra. Dios me daba el salvoconducto, la defensa, la ayuda, para que ninguno pudiera hablar mal de mí y poner en duda mi honor: San José habría de ser el colaborador, el tutor, el que debía ocuparse de aquel poco de humano que fuera necesario, la sombra de la paternidad celestial, bajo la cual debía ser formada nuestra familia celestial sobre la tierra.
Así pues, a pesar de mi sorpresa, dije de inmediato « Fiat! », sabiendo que la Divina Voluntad no me habría hecho algún mal, ni habría permitido que mi santidad fuera perjudicada. ¡Si yo hubiera querido hacer un solo acto de mi voluntad humana, aunque fuera con el pretexto de no querer conocer hombre, habría arruinado los planes de la venida del Verbo Eterno sobre la tierra!
Así que no es la diferencia de estado lo que perjudica a la santidad, sino el que la Divina Voluntad falte y que no se cumpla con los deberes del propio estado al que Dios a llamado a cada criatura. Todos los estados son santos, también el matrimonio, con tal de que en él esté la Divina Voluntad y el sacrificio exacto de los propios deberes; pero la mayor parte de los hombres son indolentes y perezosos, y no solamente no se hacen santos, sino que cada quien forma de su propio estado algunos un purgatorio y otros un infierno.
Cuando supe que debía salir del templo, no se lo hice saber a nadie, esperando que Dios mismo moviera las circunstancias externas para hacerme cumplir su admirable Voluntad, como de hecho sucedió. Los superiores del templo me llamaron y me dijeron que era su voluntad, como también costumbre de aquellos tiempos, que me preparara al matrimonio y yo acepté. Milagrosamente la elección, entre tantos, cayó sobre San José y así se celebraron las nupcias y salí del templo.
Por eso, hija de mi Corazón, te ruego que sobre todas las cosas sólo a la Divina Voluntad le des importancia, si quieres que los designios de Dios se cumplan sobre ti.
El alma:
Reina Celestial, a ti se confía tu hija; quiero, con mi confianza, herir tu Corazón y tu pequeña hija te suplica que ésta herida repita sin cesar en tu Corazón materno: « Fiat! Fiat! Fiat! »
Propósito:
Para honrarme este día, vendrás sobre mis rodillas maternas y recitarás 15 veces el « Gloria al Padre », para darle gracias por todas las gracias que me concedió durante los primeros 15 años de mi vida y especialmente por haberme dado por compañía a un hombre tan santo como lo fue San José.
Jaculatoria:
« Reina potente, dame las armas para poder presentar batalla y dejarme vencer por la Divina Voluntad. »
Por Sacerdote Oscar Rodriguez
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