Para cada día del mes de mayo.
Dulcísima Madre mía, mi pobre corazón siente la extrema necesidad de venir a tu regazo materno para confiarte mis pequeños secretos y encomendarlos a tu Corazón materno. Escucha, oh Madre mía, viendo los grandes prodigios que obró en ti el Fiat Divino siento que no me es dado el poder imitarte por ser tan pequeña, débil y además por los tremendos combates de la vida que me abaten y que no me dejan ni el más mínimo hilo de vida.
Oh Madre Celestial, cómo quisiera desahogar mi corazón en el tuyo, para hacerte sentir las penas que me amargan y el temor que me tortura de que pueda dejar de cumplir la Voluntad Divina.
¡Piedad, oh Madre mía, piedad! ¡Escóndeme en tu Corazón y yo perderé la memoria de mis males, para recordarme sólo que debo vivir de Voluntad Divina!
Lección de la Reina del Cielo Madre de Jesús:
Queridísima hija mía, fíate de tu Madre, pon todo en mi Corazón y yo tomaré todo en cuenta, seré tu Madre, transformaré todas tus penas en luz y me serviré de ellas para ampliar los confines del Reino de la Divina Voluntad en tu alma.
Por eso, haz a un lado todo por ahora y escúchame, quiero narrarte lo que hizo el pequeño Rey Jesús en mi seno materno y cómo a tu Madre no se le escapó ni siquiera un respiro de su pequeño Jesús.
Hija mía, la pequeña humanidad de Jesús iba creciendo unida hipostáticamente con la Divinidad. Mi seno materno era estrechísimo y obscuro, no había ningún rayo de luz. Lo veía en mi seno materno inmóvil, envuelto dentro de una noche profunda. Pero, ¿sabes quién le formaba esta oscuridad tan intensa al niñito Jesús? Era la voluntad humana, en la que el hombre se había envuelto voluntariamente, y cuantos pecados cometía tantos abismos de tinieblas formaba en torno y dentro de sí, de manera que lo inmovilizaba y no lo dejaba hacer el bien. Y mi querido Jesús, para hacer que se disiparan las tinieblas de esta noche tan profunda en la que el hombre se había hecho prisionero de su propia tenebrosa voluntad, hasta quedar inmovilizada para hacer el bien, escogió la dulce prisión de su Madre y se ofreció voluntariamente a quedar inmóvil durante nueve meses.
Hija mía, ¡si supieras qué martirio sufrió mi Corazón materno al ver llorar y suspirar a mi pequeño Jesús en mi seno! Su Corazón ardiente latía fuertemente y delirando de amor hacía escuchar sus latidos a cada corazón, para pedirles por piedad sus almas, para encerrarlas en la luz de su Divinidad. Porque él había cambiado voluntariamente la luz por las tinieblas, de manera que todos pudieran obtener la verdadera luz para así ponerse a salvo.
Querida hija mía, ¿quién podría decirte lo que sufrió mi pequeño Jesús en mi seno materno? Penas inauditas e indescriptibles. Él tenía el pleno uso de la razón, era Dios y Hombre, y era tanto su amor que hacía a un lado los mares infinitos de alegría, de felicidad y de luz y sumergía su pequeñita humanidad en los mares de tinieblas, de amarguras, de infelicidad y de miserias que le habían preparado las criaturas, el pequeño Jesús se echaba encima todo como si fuera suyo. Hija mía, el verdadero amor jamás dice basta, no mira las penas, sino a fuerza de penas busca a quien ama y solamente entonces se contenta, cuando ofrece su propia vida para darle de nuevo la vida a quien ama.
Hija mía, escucha a tu Madre, ¿te das cuenta del gran mal que es hacer tu voluntad? No solamente le preparas la noche a tu Jesús y a ti misma, sino que formas mares de amarguras, de infelicidad y de miserias, en las que quedas tan enredada que no sabes cómo salir. Por eso, está atenta, hazme feliz diciéndome: «Quiero hacer siempre la Divina Voluntad.»
Y ahora, escucha, hija mía; el pequeño Jesús, delirante de amor está a punto de salir a la luz del día; sus ansias, sus ardientes suspiros y sus deseos de querer abrazar a la criatura, de hacerse ver y de mirarla para cautivarla, no le dan reposo; y como un día se puso a la vigía a las puertas del cielo para encerrarse en mi seno, así ahora está en acto de ponerse a la vigía a las puertas de mi seno, que es más que cielo, y el sol del Verbo Eterno surge en medio al mundo y forma en él su pleno mediodía. De manera que para las pobres criatura ya no habrá noche, ni alba, ni aurora, sino siempre sol, mucho más que en la plenitud del mediodía.
Tu Madre sentía que ya no lo podía contener dentro de sí; mares de luz y de amor me inundaban; y así como dentro de un mar de luz lo concebí, dentro de un mar de luz salió de mi seno materno.
Hija mía, para quien vive de Voluntad Divina todo es luz, todo es claro y todo se convierte en luz. En esta luz yo esperaba, extasiada, estrechar entre mis brazos a mi pequeño Jesús y apenas salió de mi seno yo escuché sus primeros gemidos amorosos y el ángel del Señor me lo entregó poniéndolo entre mis brazos y yo me lo estreché fuertemente a mi Corazón y le di mi primer beso y el pequeño Jesús me dio el suyo.
Basta por ahora, te espero mañana de nuevo para seguir la narración del nacimiento de Jesús.
El alma:
Madre Santa, ¡qué fortuna la tuya! ¡Verdaderamente tú eres bendita entre todas las mujeres! Por el gozo que sentiste cuando estrechaste a Jesús en tu seno y le diste tu primer beso, te ruego que por pocos instantes pongas entre mis brazos al pequeño Jesús, para darle la alegría de decirle que juro amarlo siempre, siempre, y que no quiero conocer más que su Voluntad.
Propósito:
Para honrarme este día, vendrás a besarle sus piececitos al niñito Jesús y le darás tu voluntad poniéndola entre sus manitas para hacerlo jugar y sonreír.
MEDITACION VIGESIMO PRIMER DIA
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