Para cada día del mes de mayo.
Ya estoy de nuevo junto a ti, Madre Celestial; vengo a alegrarme contigo e inclinándome a tus santos pies te saludo llena de gracia y Madre de Jesús.
¡Oh, ya no te volveré a encontrar sola, de ahora en adelante junto contigo encontraré a mi pequeño prisionero Jesús! De manera que seremos tres y ya no solamente dos: tú, Madre mía, Jesús y yo. ¡Qué fortuna la mía, si quiero encontrar a mi pequeño Rey Jesús, basta que encuentre a nuestra Madre Santísima! ¡Oh Madre Santa, tú que te encuentras en las alturas cual Madre de Dios, ten piedad de esta miserable y pequeña hija tuya, y recomiéndame por primera vez al pequeño prisionero Jesús, para que me dé la gracia de vivir de su Voluntad Divina!
Lección de la Reina del Cielo Madre de Jesús
Querida hija mía, hoy más que nunca te espero, mi Corazón materno está ansioso, siento la necesidad de desahogar contigo mi ardiente amor, quiero decirte que soy Madre de Jesús. Mis alegrías son infinitas, mares de felicidad me inundan: ¡Yo puedo decir que soy Madre de Jesús! ¡Su criatura, su esclava y su Madre! Y todo se lo debo sólo al Fiat Divino, el cual me hizo llena de gracia y preparó en mí una digna habitación para mi Creador. Por eso, sea siempre gloria, honor y acción de gracias al Fiat Supremo.
Y ahora escúchame, hija de mi Corazón. Apenas fue formada con la potencia del Fiat Supremo la pequeña humanidad de Jesús en mi seno, el Sol del Verbo Eterno se encarnó en ella. Yo tenía mi cielo, formado por el Fiat Divino, completamente cubierto de estrellas brillantísimas que resplandecían alegrías, bienaventuranzas, armonías de bellezas divinas; y el Sol del Verbo Eterno resplandeciente de luz inaccesible, vino a tomar su lugar dentro de este cielo, escondido en su pequeña humanidad. El centro de este Sol Divino residía en su humanidad, mas no pudiendo contener tanta luz se desbordaba inundando el cielo y la tierra, llegaba a cada corazón y con su llamada de luz invitaba insistentemente a cada criatura y con sus voces de luz penetrante, les decía:
« ¡Hijos míos, ábranme, denme un lugar en su corazón. He venido del cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi vida; mi Madre es el centro en donde resido y todos mis hijos serán la circunferencia en donde quiero formar tantas vidas mías por cuantos hijos tengo. »
Y su misteriosa luz llamaba y llamaba insistentemente, sin cesar jamás y la pequeña humanidad de Jesús gemía, lloraba, sufría atrozmente y dentro de aquella luz que llegaba a todos los corazones hacía correr sus lágrimas, sus gemidos y sus atroces penas de amor y de dolor.
Tú debes saber que para tu Madre comenzó una nueva vida. Yo estaba al corriente de todo lo que hacía mi Hijo; lo veía devorado por los mares de las llamas de su amor; cada uno de sus latidos, de sus respiros y penas, eran mares de amor que salían de él y en ellos envolvía a todas las criaturas para tomar posesión de ellas a fuerza de amor y de dolor. Porque tú debes saber que en cuanto fue concebida su pequeña humanidad, concibió al mismo tiempo todas las penas que debería sufrir hasta el último día de su vida y encerró dentro de sí mismo a todas las almas, porque como Dios, nadie se le podía escapar. Su inmensidad encerraba a todas las criaturas, su omnividencia hacía que las tuviera a todas presentes. Mi Jesús, mi Hijo, sentía el peso y la carga de todos los pecados de cada criatura. Y yo, tu Madre, lo seguía en todo y sentí en mi Corazón materno la nueva generación de las penas de mi Jesús y la nueva generación de todas las almas que como Madre debía engendrar junto con Jesús a la gracia, a la luz y a la nueva vida que mi querido Hijo vino a traer sobre la tierra. Hija mía, tú debes saber que desde el primer momento en que fui concebida yo te amé como Madre, te sentía en mi Corazón, ardía en mí un grande amor por ti, pero yo no entendía el por qué; el Fiat Divino me hacía comportarme como si fuera tu Madre, pero me tenía velado el secreto. Mas una vez que se encarnó en mí, me reveló el secreto y comprendí la fecundidad de mi maternidad, es decir, que no solamente debía ser Madre de Jesús, sino Madre de todos; y esta maternidad debía de ser formada sobre las llamas del dolor y del amor. ¡Hija mía, cuánto te he amado y te amo!
Querida hija mía, mira hasta dónde se puede llegar cuando la Divina Voluntad toma posesión de la criatura con su vida operante y la voluntad humana lo deja obrar sin impedirle el paso. Este Fiat Divino, que por naturaleza posee en grado supremo la virtud de generar, genera todos los bienes en la criatura y la vuelve fecunda participándole la maternidad, transformándose así en madre de todos los bienes y de quién la creó.
Maternidad quiere decir y significa verdadero amor, amor heroico, amor que prefiere morir para darle la vida a quién ha engendrado; si no es así la palabra maternidad queda estéril, vacía y se reduce a simples palabras, porque de hecho no existe.
Por lo tanto, hija mía, si quieres la generación de todos los bienes, haz que el Fiat Divino tome posesión de ti con su vida operante y así te dará la maternidad, así amarás todo con amor de Madre y yo, tu Madre, te enseñaré cómo fecundar en ti esta maternidad del todo santa y divina.
El alma
Madre Santa, me abandono entre tus brazos. ¡Oh, cómo quisiera bañarte las manos con mis lágrimas para moverte a compasión por el estado en que se encuentra mi pobre alma! Ah, si tú me amas como Madre, enciérrame en tu Corazón y haz que tu amor queme mis miserias y mis debilidades, y que la potencia del Fiat Divino que tú posees como Reina, forme su vida operante en mí, de manera que pueda decir: « Mi Madre es toda para mí y yo soy toda para ella. »
Propósito:
Para honrarme este día, le agradecerás al Señor por tres veces, a nombre de todos, el haberse encarnado y hecho prisionero en mi seno, dándome el gran honor de haberme elegido como Madre suya.
Jaculatoria:
« Madre de Jesús, quiero que seas mi Madre y que me guíes por el camino de la Voluntad de Dios. »
MEDITACION VIGESIMO DIA
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